Desde la sostenibilidad hasta la igualdad: el compromiso de Carla Martínez con el futuro
- fuerzamorada25
- 28 oct
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Carla estudia Human Ecology en el College of the Atlantic desde 2024, con un enfoque en ingeniería civil & ambiental y antropología. Su trayectoria combina el activismo climático, la innovación social y la defensa de los derechos de las niñas y adolescentes. Es fundadora de MenstruAcción y NextGen, iniciativas que abordan la salud menstrual y la sostenibilidad ambiental desde una perspectiva de género. Ha liderado proyectos comunitarios en Perú y el extranjero y participado en espacios internacionales de representación juvenil.
Su trabajo e investigación científica actual se centran en la intersección entre los retos contemporáneos del agua y la mirada vernacular del manejo hídrico en las culturas prehispánicas, así como también la justicia ambiental, equidad de género y acción colectiva.
¿Qué te llevó a elegir Human Ecology como carrera y cómo conecta con tu interés por la ingeniería ambiental y la antropología?
La ecología humana es una carrera de la que casi no se habla, sobre todo en Perú. Es un área única que representa la intersección entre distintos campos: la manera en que el ser humano se relaciona con su ambiente desde una perspectiva científica, artística y emocional.
Yo la enfoco desde la ingeniería civil, ambiental y la antropología, porque no creo que el conocimiento deba dividirse en carreras. Todo es una cuestión de interseccionalidad, como ocurre en muchos de los problemas que abordamos en nuestras organizaciones. Para mí, el foco principal es el agua: su escasez, abundancia y los desafíos que surgen a su alrededor. La estudio desde la ingeniería hidráulica y la antropología cultural.
Mis estudios abarcan física, biología y ecología, pero también la sabiduría ancestral sobre cómo civilizaciones, especialmente las preincaicas, manejaban el agua en los mismos lugares donde hoy enfrentamos escasez. Me interesa entender qué cambió y por qué. En resumen, lo que realmente estudio es el agua. A veces la relaciono con la ingeniería o con la antropología, pero solo como una manera práctica de nombrarla, porque aunque no creo que el mundo deba dividirse en carreras, la realidad es que sí lo está.
Cuando llegué a la universidad no imaginaba dedicarme a esto. En mi primer trimestre tomé un curso llamado Física y Matemática de Energía Sostenible, que me cambió la dirección. Llegué queriendo estudiar Antropología, pero ese curso y su profesor transformaron mi perspectiva sobre las ciencias. Había pasado años evitándolas, pero él enseñó desde una visión científica y aplicada que me abrió los ojos sobre cómo la ciencia puede convertirse en acción.
Ahí nació mi interés por la ingeniería. Conecté ideas y entendí que los problemas que había vivido respecto al agua podían abordarse desde lo que aprendía en clase. Ese curso fue el que más me marcó, aunque otros también me cambiaron la forma de pensar. Uno de ellos, Ecología, me llevó a cuestionar conceptos básicos, como la existencia misma de los ecosistemas o la sucesión ecológica. Todo eso me enseñó a pensar de manera más crítica. Cada curso me ha aportado algo distinto, y me han gustado todos realmente.
¿Cómo entiendes la relación entre justicia ambiental y equidad de género en tu trabajo académico y comunitario?
Siento que el agua nos impacta de tantas maneras que no se trata solo de beberla o nutrirnos. Hablando de la menstruación, que es algo que mis proyectos siempre han tenido en cuenta, muchos han involucrado copas o calzones menstruales, y para usarlos no solo se necesita conocimiento, sino también acceso al agua para lavarlos.
Si bien las toallitas desechables son poco sostenibles, también son necesarias en comunidades sin acceso al agua ni recursos para reutilizar productos. Por eso, aunque estos proyectos tienen un gran impacto, también enfrentan limitaciones que dependen del contexto.
Ahí entra la interconexión que siempre he visto entre mis proyectos y el agua: es esencial para todo, y en cada lugar se debe evaluar qué recursos existen y cómo garantizar un acceso seguro.
Al final, siempre pienso en el agua porque tiene muchas repercusiones. No hay una respuesta correcta: tanto los productos reutilizables como los desechables tienen pros y contras. Todo depende del contexto, y eso es lo que más me importa en mis proyectos: entender que no hay una verdad definitiva, solo respuestas que se adaptan a cada comunidad.
MenstruAcción y NextGen nacen de causas muy específicas. ¿Qué aprendizajes clave has tenido al liderar estas iniciativas y cómo han impactado en tu visión de la sostenibilidad?
Yo siento que MenstruAcción nació hace muchos años y, aunque no tenía ese nombre al inicio, siempre tuvo la misma idea: acercar a niñas y mujeres a la equidad de género desde la perspectiva de su menstruación, algo íntimo y personal que impacta en nuestro día a día. Me guió mi propia experiencia al pasar de una toallita a un calzón menstrual o de un tampón a una copa. Fue algo que me facilitó la vida y, de manera indirecta, me permitió hacer más cosas: moverme, estudiar, vivir con libertad.
Como directora, siempre me enfoqué en el individuo. Aunque sabía cómo me había beneficiado a mí, me detenía a pensar: “¿Cómo le impactará a la persona o al grupo al que quiero ayudar?”. Para eso hay que conocerlos, hablar, entender qué realmente les servirá. En los proyectos futuros de MenstruAcción ya no entregaremos solo copas, sino más calzones menstruales: siguen siendo sostenibles, pero son menos intrusivos y más aceptados por ciertas comunidades, a las que no buscamos cambiar radicalmente.
Para mí, la sostenibilidad no trata solo del ambiente, sino también del tiempo: cuánto puede sostenerse una idea o un proyecto. Y eso depende de cuánto conoces al grupo y cómo te adaptas a sus cambios. Al final, se trata de eso: un aprendizaje constante de la comunidad a la que apoyamos.
Desde tu experiencia, ¿Qué papel juegan las y los jóvenes en los espacios internacionales de representación climática y de género?
Las perspectivas siempre cambian. Nadie vive la vida que tú viviste, que yo viví o que otra persona vivió. Estar en estos lugares te abre los ojos a realidades distintas, mejores o peores que las tuyas. He conocido gente con mucho privilegio que no es consciente de lo que pasa en otros contextos, y también he reconocido mis propios privilegios. Eso te hace más consciente de cómo actuar y conducirte en el mundo. Todo eso me ha ayudado a ampliar la forma en que veo los problemas y, sobre todo, a no tener prejuicios antes de actuar. Aprendí a escuchar, analizar e investigar antes de formarme una idea. Al final, lo que te llevas de estos espacios es la perspectiva de las vidas que conoces. Esas experiencias se quedan contigo y vuelven cuando haces otros proyectos: te hacen pensar, preguntar y mirar más allá, para que los proyectos sean más humanos y más holísticos.
¿Cuál ha sido el proyecto comunitario más retador que lideraste en Perú o en el extranjero y qué aprendizajes dejó en ti?
Creo que el más retador fue el que hice en la Casa Hogar Proyecto Perú, uno de los primeros proyectos financiados desde el extranjero que realicé. Tuvo muchas limitaciones de coordinación y logística, pero cuando se llevó a cabo fue muy efectivo. Hasta hace poco hablé con el equipo de señoras que lidera la casa y me contaron lo mucho que les sirvieron los productos.
Nos dimos el trabajo de conocerlas y entender su realidad antes de imponer una solución. Fue difícil manejar un grupo con el que no tenía contacto constante, más aún estando en el extranjero y sin ir a Puente Piedra por un año. Me sentía una extraña, a pesar de haber estado ahí antes.
Siempre es importante esa conexión humana con las personas y los grupos que apoyas, porque si no, el proyecto pierde impacto. Lo más retador es lograr conectar antes, durante y después. No se trata de un acto de caridad momentáneo, sino de invertir tiempo en construir vínculos reales.
¿Cómo crees que los aprendizajes que te has podido llevar de estos han impactado tal vez como tu visión de comunidad o tal vez como la manera en la que sigues realizando proyectos de activismo?
Creo que los cursos como tal, la información y el conocimiento que me dan, siempre los llevo a un ideal más grande. Casi siempre llegan a ese punto de que no hay respuesta correcta, ni una sola realidad, ni una sola forma de ver el mundo. En los proyectos que hago después de estos cursos, siempre aplico eso.
Como tal, ahora, como no he podido volver a Perú y hacer proyectos allá, me he enfocado en cosas más relacionadas a mi carrera de ingeniería. He estado haciendo investigación en departamentos de ingeniería civil, en otros estados de Estados Unidos, y he elegido esos proyectos porque tienen un componente humano.
Si bien es cierto es estar en un laboratorio o en la computadora, analizando o escribiendo fórmulas, al fin y al cabo tienen repercusiones reales. Siempre me gusta dar esa perspectiva de “¿y qué pasaría si cambiamos esto?” o “¿y si lo pensamos diferente a como dice el libro?”. Eso es algo que, al menos en ingeniería y en las ciencias naturales, siento que falta mucho.
A muchos ingenieros les falta pensar fuera del laboratorio. Pero, de nuevo, en cada investigación, brindar esa otra forma de ver las cosas, repensar los problemas, desarmarlos y volverlos a armar, es algo que esos cursos me han reforzado. Es algo que ya venía haciendo, pero que uno sigue renovando como un acto de fe, digamos, en que siempre hay otra manera de hacerlo.
¿Por qué consideras fundamental vincular la salud menstrual con la justicia ambiental? ¿Y cómo crees que esta perspectiva puede llegar a fortalecer los derechos de las niñas y adolescentes?
Al fin y al cabo, en cualquier solución que plantees para un problema, algo va a salir mal, porque la realidad cambia y nada es estático. Las personas, y también los contextos en los que viven, cambian.
Pensar en la justicia climática no es solo pensar en el viento, el aire o el agua, que cambian constantemente, sino en el contexto y en cómo las personas interactúan con él. Hacerlo sostenible es hacerlo constante y resistente al cambio. Por eso, para mí es fundamental pensar en el ambiente y en su relación con el ser humano, para crear proyectos que tengan sentido ahora y en el futuro.
8. ¿Qué condiciones consideras que son necesarias para que la acción colectiva realmente genere transformaciones sociales y ambientales a nivel tal vez como de tiempo, como ser sostenibles?
Creo que el colectivo que las lidera tiene que estar realmente fortalecido, conocerse y tener no la misma idea de cómo llegar al objetivo, pero sí el mismo corazón y la misma pasión para alcanzarlo. Cada uno va a tener una manera distinta de ver las cosas, según sus experiencias de vida o en el área, pero a nadie le puede faltar esa pasión por llegar, sea cual sea el camino. Al fin y al cabo, en el grupo habrá que comprometerse, pero lo importante es que, al llegar al objetivo, esa sea la visión de todos.
¿Cuáles son tus metas a corto y mediano plazo en el cruce entre la ingeniería ambiental, la antropología y la justicia de género?
Quiero hacer que todo ese conocimiento que produzco desde un ámbito académico llegue al social. Por ahora, gran parte de la investigación científica que realizo se relaciona con la hidráulica. Ese código que estamos desarrollando y renovando va a tener un impacto global, porque ese nuevo parámetro será utilizado como estándar para las tuberías por el International Code Council (ICC), para que renueven la manera en la que se han diseñado todas las instalaciones hidráulicas.
Ese conocimiento no es algo que tengamos presente cada día cuando abrimos el caño o usamos agua, pero lo más básico de ese saber quisiera llevarlo a más lugares y combinarlo con otras iniciativas que tengan aún más impacto social.
Desde otra perspectiva, también quisiera que todo ese conocimiento, los proyectos y los diseños sean accesibles económicamente. Que lo que se planifique en los grupos o laboratorios, tenga una parte costosa pensada para inversión, pero también otra dentro del mismo proyecto que aborde el mismo problema, quizás no tan eficientemente ni tecnológicamente, pero sí de forma replicable en comunidades y grupos pequeños, de manera menos costosa. Muchos laboratorios ahora tienen ese enfoque social y antropológico, y por eso hay valor en personas como yo, que tenemos una carrera que no es estrictamente ingeniería. Todo se resuelve con esa perspectiva de “¿y si lo hacemos diferente?”.
A corto plazo quiero seguir explorando más ámbitos del agua. Después, terminar la carrera y volver al Perú para continuar mis proyectos.
¿Quiénes han sido tus referentes en tu camino de liderazgo juvenil y qué legado esperas poder dejar a las futuras generaciones?
Referentes como tal, no sabría decir. He aprendido algo de cada persona con la que me he topado. Todas las comunidades, desde UWC, el COAR o aquí, me han dado algo, aunque no lo hayan dicho directamente, o algunos sí, muy directamente, que me ha ayudado a construir lo que hago. Al fin y al cabo, nos paramos en los hombros de gigantes, y para mí, toda esa gente son esos gigantes.
Quiero que más personas se contagien de esa fe de hacer las cosas mejor y de esa necesidad de vivir y hacer algo distinto a lo que el mundo quiere que hagas. Hoy todo gira en torno al individualismo: pensar solo en ti, en tu carrera, en tu trabajo, etcétera. Pero hay que ir más allá, trascender no por fama o dinero, sino simplemente por vivir en comunidad, vivir en alegría y hacer que más personas vivan así, sea cual sea la forma que tome para cada uno. Dar un poquito más de calidad de vida a quienes no la tienen. Quisiera que más personas se contagien de esa necesidad de vivir para hacer algo que trascienda a la persona.



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